DE LA
UTILIZACIÓN DEL ARTE A PENSAR LAS POSIBLES FORMAS DE UTILIZARLO
La habilidad del Educador Social
para incluir en sus trabajos términos
como autonomía, integración social, exclusión, etc. constituyen la base sobre
la que se desarrolla su saber instrumental orientado a la elaboración, puesta
en marcha e proyectos y generación de contextos. La labor universitaria nos incita a movernos
en dos direcciones cuando tratamos de investigar una situación real con el
objetivo de elaborar un proyecto que de respuesta a las necesidades
encontradas, aspectos valorados, etc. esa dos direcciones constituyen la
diferencia entre los proyectos que se elaboran con el fin de dar respuesta a una
necesidad de injusticia, de vinculación con las drogas, etc. y, por otro lado,
aquellos proyectos que se destinan a un colectivo al que le brindamos la
oportunidad de acceder a ciertos recursos de
ocio y tiempo libre, resaltando la importancia de las mismas, su valor,
etc.
Partiendo de la experiencia
adquirida es evidente que es muy estrecha la diferencia de actividades que
planteamos para la población que nos dirigimos en función de las dos
direcciones señaladas; si hablamos de exclusión, realizamos actividades
vinculadas con el acceso a museos, teatro, etc, y trabajamos y sobre ello y,
del mismo modo, si nos dirigimos a un colectivo poblacional al que le
planteamos destinar de su tiempo al descanso y gusto por ciertos aspectos
culturales, trabajamos sobre la misma oferta de acción; la de permitir el
acceso y el disfrute sobre bienes artísticos como los mencionados museos y
teatros.
Es evidente que, aunque en el
terreno de lo social es muy complicado establecer separaciones o relaciones de
causa- efecto entre las múltiples e infinitas situaciones que nos podemos
encontrar, la finalidad de última de nuestros proyectos varía entre las que se
ofrecen para esos términos como inclusión, autonomía, aceptación del otro, etc.
y aquellos que únicamente pretenden ofrecer una visión de la vida mucho más
ociosa, entretenida, etc. por tanto, ¿Como puede ser que para ambos casos
caigamos en el juego de establecer actividades/acciones que poseen una
similitud evidente?
Pensemos en la primera situación de
elaboración de proyectos que hemos marcados, la que ha de dar respuesta a unas
necesidades originadas por la drogadicción, la ludopatía, el rechazo producido
por haberse encontrado en la cárcel, etc. en estos casos imaginemos la figura
del educador como un individuo que utiliza la pintura como base para trabajar
la necesidad expuesta. Probablemente, se trataría de mostrar como la pintura es
un elemento valorado socialmente, el impacto visual que produce expresar el
dolor o la alegría sobre el papel, la motivación que supone como forma de vivir
expresiva, etc. podrían ser múltiples los usos que se le podría dar a la
pintura para tratar de convencer al individuo que su necesidad es causa de algo
concreto, algo de lo que él es culpable y debe cambiar por el simple hecho de que
la sociedad no lo acepta así y, por el contrario, si elimina eso que tanto
rechazo produce y se convierte en pintor o seguidor de los cuadros del Mueso
del Prado podrá convertirse en una figura normalizada e integrada en la
sociedad.
La intención es tan buena como
perversa, pedimos al sujeto que sea capaz de abandonar una esencia de su ser,
recordemos que por muy perjudicial que sea el alcohol, las drogas, la
prostitución, etc. para un individuo, seguramente su incidencia en la
realización de actos vinculados con esos elementos esté plenamente justificada
a sus ojos, por muy despreciable que parezca a una gran parte de la población.
Le desprendemos de aquellos motivos, que son parte de su vida personal y que le
han inducido, consecuentemente, a la situación que catalogamos como de
“necesidad” para comenzar a mostrarle lo maravilloso que hubiera sido todo si
se hubiese dedicado a otra cosa más “sana” socialmente, otra cosa como la
pintura. ¿en que momento creemos que el individuo al que nos dirigimos no conocía
la pintura y su valor antes de que llegáramos para mostrárselo? Y los más
importante aún, ¿creemos que a través de la pintura el individuo puede cambiar
una parte de su vida experiencia?
No nos complace, en cambio, pensar
en el educador como una especie de vigilante que ha de recordarle a los sujetos
constantemente que el tráfico de drogas es ilegal, que asesinar gente no es
ético, que tener obesidad es un punto para plantearse un cambio alimenticio,
etc. pero, en el fondo, estamos reflejando que ir como si fuéramos policías
detrás de las personas, advirtiéndoles de los riesgos de su comportamiento y
recordarles constantemente lo maravillosa que es la pintura, el arte en
general, etc. es la misma labor moralista que cataloga de antemano lo que debe y
no debe hacerse, lo recomendable y lo reprochable, etc.
Cuando trabajamos con la pretensión
de elaborar un proyecto para el disfrute, por ejemplo, de la música clásica
como oferta de ocio y tiempo libre la cosa cambia. En este caso, la intención
supone la misma razón de existencia del proyecto, a nuestro propósito de
trabajo accederán personas que sabrán de antemano lo que les espera durante el
periodo que abarque el proyecto y, solo en este caso, la motivación, dedicación
y aprecio será el suficiente como para lograr buscar una infinidad de
trasfondos en la tipología musical que se trabaja.
Pongamos como ejemplo el curso Medio Ambiente y Pobreza a través de los Medios Audiovisuales en el ámbito
universitario. Este curso contempló la capacidad de los estudiantes de
Educación Social para plasmar una problemática concreta a través del interés
por aprender a manejar una cámara de vídeo destinada a la grabación de
cortometrajes. El proceso de contención, aprendizaje, cuidados, etc. que
suponía el trabajar con materiales exclusivos y, para muchos, valiosos y
únicos, no era otra cosa mas que un proceso educativo, un proceso que era
posible gracias a que existían intereses que permitían una disposición en el
individuo participante de colaboración y motivación con la tarea. Precisamente
a eso tratamos de hacer referencia a los largo de este comentario.
Si trabajamos con la drogadicción,
el maltrato, etc. debemos trabajar con ello directamente, no encasillando al
sujeto a mostrar un interés falso hacia algo que no es de su gusto, que no
comprende, etc. por el simple hecho de que es reconocido socialmente como algo
favorable y positivo y, por el contrario, si queremos hacer valor de nuestra
competencia vinculada con la transmisión de cultura, podemos elaborar un
proyecto destinado a dar a conocer, disfrutar, promover, etc. el aspecto
cultural que nos interese pero siempre dejando que a nuestro trabajo entren
aquellos que lo deseen, aquellos que sepan desde el principio a lo que acuden y
no aquellos que entran en un proyecto para abandonar las drogas o la adicción
al juego y acaban viendo cuadros de Goya, que es algo bastante insólito y
admirable pero, en la mayoría de los casos, no supondría un remedio a la causa
con la que se inicia el proyecto, una causa que surge, todo hay que decirlo, a
partir de la perversidad de establecer lo bueno y lo malo y creernos poseedores
de la objetividad. En definitiva, el
arte musical, cinematográfico, visual, etc. no suponen, en estos casos, una
terapia curativa contra algo que detectamos como perjudicial y portador de
necesidades sino una oportunidad de disfrute, de acceso y participación.
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