miércoles, 30 de mayo de 2012

EL DOCUMENTAL COMO ESTRATEGIA EDUCATIVA

   El documental es una herramienta educativa viable y válida, que ofrece una percepción más directa y detallada de una determinada realidad. Hace que un determinado aspecto complejo pueda reflexionarse desde la riqueza de la aportación audiovisual que supone su uso, pero:
- Se ha de pensar que detrás de todo documental , filme, etc., sea de ficción o no, hay un individuo, con una ideología y unas pretensiones (se hagan explícitas o implícitas). Por tanto, no hay que creer en una falsa objetividad de lo ofertado.
- La realidad es mucho más compleja como para poder contextualizarse, mostrarse y/o representarse en un simple documental o pieza. Esto es, no existe un único aspecto o una simple dualidad en nada de lo que nos rodea.

EJEMPLO DEL PELIGRO DE JUGAR CON LA IMPRESIONABILIDAD, LA MORALIDAD Y LOS SENTIMENTALISMOS COMO RECURSOS RECURRENTES:

En primer lugar, qué se vende por delante...

En segundo lugar, "pequeñas cosas" que subyacen por detrás...

  Por tanto, cuidado con qué hay detrás de lo presentado. No se trata de no creer en nada de lo que se vea, sino en verlo desde una conciencia crítica y autocrítica. De igual forma, referido a la construcción de un documental: no se puede crear una pieza totalmente objetiva, pero si veraz y aclaratoria que no sea hipócrita ni con los posibles fines, ni con los posibles medios usados.

*PosData: música para escuchar... música para pensar...*

La justicia es como las serpientes, sólo muerde a los descalzos.
Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.
 - Eduardo Galeano  -

[Oh, life is bigger / it´s  bigger than you / and you are not me - Oh, la vida es más grande / más grande que tú / y tú no eres yo]

[ What´s in you head? / Zombie... - ¿Qué hay en tu cabeza? / Zombi... ]

 [ We´re building it up / to break it back down - Lo estamos construyendo / para romperlo de nuevo ]

FDO: Azahara Horrillo Fernández

domingo, 27 de mayo de 2012

[4] EL ESPACIO PÚBLICO COMO IDEOLOGÍA

        Es curioso como el lenguaje cotidiano está impregnado por el uso del término “espacio público”, hablando de él de repente como si fuese un ente,  pero no un ente abstracto, pues lejos del libre albedrío que pudiera sugerir tratarlo así, de repente el espacio público parece necesitar ser pensado, ordenado, clasificado, organizado y planificado, pasando a ser un lugar uniforme a una ubicación donde es posible la separación, categorización e implantación de ideologías o, por lo menos, de ciertos pensamientos.
         Es así entonces como nos compete plantearnos: ¿Acaso el espacio público, en su sentido más popular, ha pasado a ser dominio de la esfera pública, como grupo de poder ocupado de asuntos comunes? ¿Es el espacio público algo común, impersonal, ambos u otros?
        Vendría al caso mencionar que, en un intento por adoctrinar ese espacio público que debiera ser de libre acceso y uso (que no abuso), a menudo nos invaden discursos ciudadanistas y sus respectivos programas: de donde los ciudadanos no cuentan y el control de la población se difunde como preciso. Este control quizás provenga de malinterpretar el espacio público, como espacio social conflictivo, pero la pregunta sería ¿qué hay de erróneo o “malo” en ello? Un lugar donde confluyen múltiples personalidades, crispadas o no por la carga moralista/ideológica del espacio que pisan, es un lugar propicio para el conflicto, entendiéndolo no como una problemática violenta entre ciudadanos, sino como una interacción intensa en la que se ponen en juego la perspectiva sobre diferentes cuestiones, puntos de interés, etc. por tanto, no es en sí mismo la existencia de un conflicto mano a mano entre ciudadanos el punto erróneo del espacio público, puesto que éstos conflictos son casi tan necesarios y cotidianos como la presencia misma del espacio en que tienen lugar. No se propone así, el conflicto surgido en el espacio público como algo similar a lo erróneo que se pretende buscar en este comentario sino como un punto a descartar y que es preciso señalar para no inducir a confusión y, por supuesto, para marcar los límites de aquello que encierran los contenidos y terminologías en su interior.
        Entonces, ¿Qué conflicto es el que incita al control casi represivo de la población en el espacio público? La fuente de la respuesta a esta cuestión reside en que el problema es que las políticas y medidas actuales sostienen demasiados valores implícitos y con aspiraciones a ser transversales, de manera que proclamándose algo a favor de “x”, se use justo para ir en contra de ello. Es una de las formas más elementales bajo las que se rigen las representaciones de ordenación y clasificación de la población en masa: el pensamiento binario, un pensamiento que bajo la legislación estatal propone aquello que no debe hacerse, dejando la perspectiva libre de permitir todo lo contrario a lo que sí se permite. Esta forma antagónica de pensar la población, sociedad y, más concretamente, el espacio público, solo puede pensar el conflicto como una forma de alterar aquello que se denomina como “orden público”, un orden donde los individuos no interaccionan o, por el contrario, lo hacen amablemente, sin crispación, una forma de limitar y encasillar diferentes forma de pensamiento con el único fin de mantener el control estricto allí donde es difícil saber qué ocurre constantemente.
         Si bien es cierto que los extremos quizás nunca fueron buenos, pero tampoco permitir caer en moralismos como la empatía, la autoestima, el sentimentalismo y los “buenos sentimientos” frente a la objetividad de una simple Ley, que más acertada o no, más adecuada o no, no apela a la “buena conciencia” de nada ni nadie. Y es que hay cosas que no siempre pueden decidirse, hay cosas que deben estipularse de antes y obligatoriamente: lo que hay que hacer es no enmascarar eso, no jugar con la imposición de afirmar tener en nuestras manos el manejo de modelos totalmente acertados y no perjudiciales, no abusar de pensar en que aquel que no cumple con la Ley siempre y necesariamente es un rebelde digno de castigar, puesto que quizás se trate de una forma de expresión no contemplada dentro de los límites que establecen la obligatoriedad concebida como necesaria desde las altas esferas, una expresión que para nada tiene que ser  productora de conflicto violento, sino de aquel conflicto que denominábamos como fuente de origen de pensamiento diverso, multidireccional y conjunto entre ciudadanos.
        Con todo ello, ¿cómo trabajar con el espacio público desde la Educación Social? Más aún, siendo conscientes de que la manera de ser y hacer de cada educador pueda tender a diferenciarse, ¿cómo un educador social puede trabajar con el espacio público?
        El educador social parece que debe ser:
-              ciertamente revolucionario, que no radical; ese incitador y motivador del cambio aunque sea un límite casi inconcebible.
-              ciertamente ingenuo, pero sólo de cara al exterior; una ingenuidad que precisamente puede establecer el cambio como un término que el educador promociona ante los sujetos como una forma posible alcanzar.
-              apostar por lo positivo lo que no implica ser iluso, manteniendo una confianza que, supuestamente, permite la atención del sujeto de la educación.
-              confiar en cambiar al individuo para cambiar la sociedad, o quizás al revés; una cuestión una vez más casi utópica pero tratada de enmarcar en la labor del educador
        Y todo ello sin pensar que la participación, que tan de moda está, suponga para este ejercicio profesional, la solución final, pues ni garantiza justicia, ni garantiza igualdad; muy al contrario, la concepción de los usuarios frente a la ciudadanía, la percepción que el profesional tenga del civismo como urbanidad, buenas prácticas y participación como consenso frente al discurso “buenrrollista” de dialogar en un intento de desactivar luchas sociales y de que quienes se sienten a dialogar no se salgan de unos determinados patrones: ¿no se marcan así de  nuevo relaciones de poder aunque sea de forma oculta?
        El hecho de que el encargo del educador social provenga justamente de esas esferas públicas, conlleva riesgos como caer en el interés por el CONTROL del espacio público, la implantación de una NORMATIVIDAD sobre las conductas de todo tipo, la difusión de MODELOS ÚNICOS DE VALORES imprimiendo ideales de ciudadanía para unos destinatarios que ni lo saben, ni lo pidieron. Esa obligatoriedad se ejerce desde la autoridad correspondiente, no desde la Educación Social: se puede coincidir en que existen determinadas normas (tómense como convivenciales si se desea) dentro de una sociedad que hay que enseñar y transmitir para que se conozcan y cumplan, ahora bien, obligar a ese cumplimiento implica unas charlas morales, una serie de amenazas demagogas que en ningún caso, responden al perfil de la Educación Social.
        Cumplir con una serie de preceptos básicos, implica más el concepto de convivencia y soportabilidad, es decir, “cada quien a lo suyo” y no tener que llevarse bien con todo el mundo, no tener que querer y apreciar a todo el mundo, porque se puede circular por el espacio público sin implicar a nadie más, y si se implica, que sea de mutuo acuerdo y consenso: jamás usar un espacio público de manera que se deje rastro en ellos, porque son nuestros al usarlos, pero al dejar de usarlos, ya no lo son y para que alguien más se pueda “adueñar” de ellos tal y como nosotros hicimos, deben aparecer en su estado original. La interacción fogosa no implica dejar marcado un lugar p´bulico como así se pretenda vender en múltiples ocasiones, es una forma de uso impulsiva pero no constituye una apropiación indefinida. Igualdad de oportunidades, pasaría a relacionarse en este contexto, con igual de condiciones, de pertenecer al espacio para interaccionar (solo sí se quiere) o, por el contrario, para guardar la indiferencia que es legítima y posible pero siempre teniendo presente que no siempre los límites de la normatividad señalan lo correcto objetivamente y, por supuesto, tampoco iniciar, de manera contraria, una mirada radical que se posiciona en desfavor a la legislación de ordenación territorial. Ambas formas de control (normativa extrema y contra-normativa) constituyen una forma de modelación del espacio público que guardan en su interior la perversión del interés y la primacía que acaban sobrepasando los límites de inmiscuirse en la libertad de resto, entendiendo libertad como un concepto  simple y de sentido popular puesto que puede albergar una amplia definición casi indescriptible con el lenguaje escrito.
        Por tanto, elegir, actuar y decidir son ámbitos demasiado privados de un individuo como para tratarlo desde la Educación Social, no obstante, el aprendizaje y la enseñanza de la teoría, el conocimiento de los medios, y el ofrecimiento y muestra del abanicos de posibilidades existentes sí atañe a la Educación Social, de manera que como valor último: cumplir la norma no implique NO cuestionarla.

... APUNTES & REFLEXIONES PARA TERMINAR II (por ahora)...


DE LA UTILIZACIÓN DEL ARTE A PENSAR LAS POSIBLES FORMAS DE UTILIZARLO

   La habilidad del Educador Social para  incluir en sus trabajos términos como autonomía, integración social, exclusión, etc. constituyen la base sobre la que se desarrolla su saber instrumental orientado a la elaboración, puesta en marcha e proyectos y generación de contextos.  La labor universitaria nos incita a movernos en dos direcciones cuando tratamos de investigar una situación real con el objetivo de elaborar un proyecto que de respuesta a las necesidades encontradas, aspectos valorados, etc. esa dos direcciones constituyen la diferencia entre los proyectos que se elaboran con el fin de dar respuesta a una necesidad de injusticia, de vinculación con las drogas, etc. y, por otro lado, aquellos proyectos que se destinan a un colectivo al que le brindamos la oportunidad de acceder a ciertos recursos de  ocio y tiempo libre, resaltando la importancia de las mismas, su valor, etc.
   Partiendo de la experiencia adquirida es evidente que es muy estrecha la diferencia de actividades que planteamos para la población que nos dirigimos en función de las dos direcciones señaladas; si hablamos de exclusión, realizamos actividades vinculadas con el acceso a museos, teatro, etc, y trabajamos y sobre ello y, del mismo modo, si nos dirigimos a un colectivo poblacional al que le planteamos destinar de su tiempo al descanso y gusto por ciertos aspectos culturales, trabajamos sobre la misma oferta de acción; la de permitir el acceso y el disfrute sobre bienes artísticos como los mencionados museos y teatros.
   Es evidente que, aunque en el terreno de lo social es muy complicado establecer separaciones o relaciones de causa- efecto entre las múltiples e infinitas situaciones que nos podemos encontrar, la finalidad de última de nuestros proyectos varía entre las que se ofrecen para esos términos como inclusión, autonomía, aceptación del otro, etc. y aquellos que únicamente pretenden ofrecer una visión de la vida mucho más ociosa, entretenida, etc. por tanto, ¿Como puede ser que para ambos casos caigamos en el juego de establecer actividades/acciones que poseen una similitud evidente?
   Pensemos en la primera situación de elaboración de proyectos que hemos marcados, la que ha de dar respuesta a unas necesidades originadas por la drogadicción, la ludopatía, el rechazo producido por haberse encontrado en la cárcel, etc. en estos casos imaginemos la figura del educador como un individuo que utiliza la pintura como base para trabajar la necesidad expuesta. Probablemente, se trataría de mostrar como la pintura es un elemento valorado socialmente, el impacto visual que produce expresar el dolor o la alegría sobre el papel, la motivación que supone como forma de vivir expresiva, etc. podrían ser múltiples los usos que se le podría dar a la pintura para tratar de convencer al individuo que su necesidad es causa de algo concreto, algo de lo que él es culpable y debe cambiar por el simple hecho de que la sociedad no lo acepta así y, por el contrario, si elimina eso que tanto rechazo produce y se convierte en pintor o seguidor de los cuadros del Mueso del Prado podrá convertirse en una figura normalizada e integrada en la sociedad.
   La intención es tan buena como perversa, pedimos al sujeto que sea capaz de abandonar una esencia de su ser, recordemos que por muy perjudicial que sea el alcohol, las drogas, la prostitución, etc. para un individuo, seguramente su incidencia en la realización de actos vinculados con esos elementos esté plenamente justificada a sus ojos, por muy despreciable que parezca a una gran parte de la población. Le desprendemos de aquellos motivos, que son parte de su vida personal y que le han inducido, consecuentemente, a la situación que catalogamos como de “necesidad” para comenzar a mostrarle lo maravilloso que hubiera sido todo si se hubiese dedicado a otra cosa más “sana” socialmente, otra cosa como la pintura. ¿en que momento creemos que el individuo al que nos dirigimos no conocía la pintura y su valor antes de que llegáramos para mostrárselo? Y los más importante aún, ¿creemos que a través de la pintura el individuo puede cambiar una parte de su vida experiencia?
   No nos complace, en cambio, pensar en el educador como una especie de vigilante que ha de recordarle a los sujetos constantemente que el tráfico de drogas es ilegal, que asesinar gente no es ético, que tener obesidad es un punto para plantearse un cambio alimenticio, etc. pero, en el fondo, estamos reflejando que ir como si fuéramos policías detrás de las personas, advirtiéndoles de los riesgos de su comportamiento y recordarles constantemente lo maravillosa que es la pintura, el arte en general, etc. es la misma labor moralista que cataloga de antemano lo que debe y no debe hacerse, lo recomendable y lo reprochable, etc. 
   Cuando trabajamos con la pretensión de elaborar un proyecto para el disfrute, por ejemplo, de la música clásica como oferta de ocio y tiempo libre la cosa cambia. En este caso, la intención supone la misma razón de existencia del proyecto, a nuestro propósito de trabajo accederán personas que sabrán de antemano lo que les espera durante el periodo que abarque el proyecto y, solo en este caso, la motivación, dedicación y aprecio será el suficiente como para lograr buscar una infinidad de trasfondos en la tipología musical que se trabaja.
   Pongamos como ejemplo el curso Medio Ambiente y Pobreza a través de los Medios Audiovisuales en el ámbito universitario. Este curso contempló la capacidad de los estudiantes de Educación Social para plasmar una problemática concreta a través del interés por aprender a manejar una cámara de vídeo destinada a la grabación de cortometrajes. El proceso de contención, aprendizaje, cuidados, etc. que suponía el trabajar con materiales exclusivos y, para muchos, valiosos y únicos, no era otra cosa mas que un proceso educativo, un proceso que era posible gracias a que existían intereses que permitían una disposición en el individuo participante de colaboración y motivación con la tarea. Precisamente a eso tratamos de hacer referencia a los largo de este comentario.
   Si trabajamos con la drogadicción, el maltrato, etc. debemos trabajar con ello directamente, no encasillando al sujeto a mostrar un interés falso hacia algo que no es de su gusto, que no comprende, etc. por el simple hecho de que es reconocido socialmente como algo favorable y positivo y, por el contrario, si queremos hacer valor de nuestra competencia vinculada con la transmisión de cultura, podemos elaborar un proyecto destinado a dar a conocer, disfrutar, promover, etc. el aspecto cultural que nos interese pero siempre dejando que a nuestro trabajo entren aquellos que lo deseen, aquellos que sepan desde el principio a lo que acuden y no aquellos que entran en un proyecto para abandonar las drogas o la adicción al juego y acaban viendo cuadros de Goya, que es algo bastante insólito y admirable pero, en la mayoría de los casos, no supondría un remedio a la causa con la que se inicia el proyecto, una causa que surge, todo hay que decirlo, a partir de la perversidad de establecer lo bueno y lo malo y creernos poseedores de la objetividad.  En definitiva, el arte musical, cinematográfico, visual, etc. no suponen, en estos casos, una terapia curativa contra algo que detectamos como perjudicial y portador de necesidades sino una oportunidad de disfrute, de acceso y participación.