domingo, 27 de mayo de 2012

[4] EL ESPACIO PÚBLICO COMO IDEOLOGÍA

        Es curioso como el lenguaje cotidiano está impregnado por el uso del término “espacio público”, hablando de él de repente como si fuese un ente,  pero no un ente abstracto, pues lejos del libre albedrío que pudiera sugerir tratarlo así, de repente el espacio público parece necesitar ser pensado, ordenado, clasificado, organizado y planificado, pasando a ser un lugar uniforme a una ubicación donde es posible la separación, categorización e implantación de ideologías o, por lo menos, de ciertos pensamientos.
         Es así entonces como nos compete plantearnos: ¿Acaso el espacio público, en su sentido más popular, ha pasado a ser dominio de la esfera pública, como grupo de poder ocupado de asuntos comunes? ¿Es el espacio público algo común, impersonal, ambos u otros?
        Vendría al caso mencionar que, en un intento por adoctrinar ese espacio público que debiera ser de libre acceso y uso (que no abuso), a menudo nos invaden discursos ciudadanistas y sus respectivos programas: de donde los ciudadanos no cuentan y el control de la población se difunde como preciso. Este control quizás provenga de malinterpretar el espacio público, como espacio social conflictivo, pero la pregunta sería ¿qué hay de erróneo o “malo” en ello? Un lugar donde confluyen múltiples personalidades, crispadas o no por la carga moralista/ideológica del espacio que pisan, es un lugar propicio para el conflicto, entendiéndolo no como una problemática violenta entre ciudadanos, sino como una interacción intensa en la que se ponen en juego la perspectiva sobre diferentes cuestiones, puntos de interés, etc. por tanto, no es en sí mismo la existencia de un conflicto mano a mano entre ciudadanos el punto erróneo del espacio público, puesto que éstos conflictos son casi tan necesarios y cotidianos como la presencia misma del espacio en que tienen lugar. No se propone así, el conflicto surgido en el espacio público como algo similar a lo erróneo que se pretende buscar en este comentario sino como un punto a descartar y que es preciso señalar para no inducir a confusión y, por supuesto, para marcar los límites de aquello que encierran los contenidos y terminologías en su interior.
        Entonces, ¿Qué conflicto es el que incita al control casi represivo de la población en el espacio público? La fuente de la respuesta a esta cuestión reside en que el problema es que las políticas y medidas actuales sostienen demasiados valores implícitos y con aspiraciones a ser transversales, de manera que proclamándose algo a favor de “x”, se use justo para ir en contra de ello. Es una de las formas más elementales bajo las que se rigen las representaciones de ordenación y clasificación de la población en masa: el pensamiento binario, un pensamiento que bajo la legislación estatal propone aquello que no debe hacerse, dejando la perspectiva libre de permitir todo lo contrario a lo que sí se permite. Esta forma antagónica de pensar la población, sociedad y, más concretamente, el espacio público, solo puede pensar el conflicto como una forma de alterar aquello que se denomina como “orden público”, un orden donde los individuos no interaccionan o, por el contrario, lo hacen amablemente, sin crispación, una forma de limitar y encasillar diferentes forma de pensamiento con el único fin de mantener el control estricto allí donde es difícil saber qué ocurre constantemente.
         Si bien es cierto que los extremos quizás nunca fueron buenos, pero tampoco permitir caer en moralismos como la empatía, la autoestima, el sentimentalismo y los “buenos sentimientos” frente a la objetividad de una simple Ley, que más acertada o no, más adecuada o no, no apela a la “buena conciencia” de nada ni nadie. Y es que hay cosas que no siempre pueden decidirse, hay cosas que deben estipularse de antes y obligatoriamente: lo que hay que hacer es no enmascarar eso, no jugar con la imposición de afirmar tener en nuestras manos el manejo de modelos totalmente acertados y no perjudiciales, no abusar de pensar en que aquel que no cumple con la Ley siempre y necesariamente es un rebelde digno de castigar, puesto que quizás se trate de una forma de expresión no contemplada dentro de los límites que establecen la obligatoriedad concebida como necesaria desde las altas esferas, una expresión que para nada tiene que ser  productora de conflicto violento, sino de aquel conflicto que denominábamos como fuente de origen de pensamiento diverso, multidireccional y conjunto entre ciudadanos.
        Con todo ello, ¿cómo trabajar con el espacio público desde la Educación Social? Más aún, siendo conscientes de que la manera de ser y hacer de cada educador pueda tender a diferenciarse, ¿cómo un educador social puede trabajar con el espacio público?
        El educador social parece que debe ser:
-              ciertamente revolucionario, que no radical; ese incitador y motivador del cambio aunque sea un límite casi inconcebible.
-              ciertamente ingenuo, pero sólo de cara al exterior; una ingenuidad que precisamente puede establecer el cambio como un término que el educador promociona ante los sujetos como una forma posible alcanzar.
-              apostar por lo positivo lo que no implica ser iluso, manteniendo una confianza que, supuestamente, permite la atención del sujeto de la educación.
-              confiar en cambiar al individuo para cambiar la sociedad, o quizás al revés; una cuestión una vez más casi utópica pero tratada de enmarcar en la labor del educador
        Y todo ello sin pensar que la participación, que tan de moda está, suponga para este ejercicio profesional, la solución final, pues ni garantiza justicia, ni garantiza igualdad; muy al contrario, la concepción de los usuarios frente a la ciudadanía, la percepción que el profesional tenga del civismo como urbanidad, buenas prácticas y participación como consenso frente al discurso “buenrrollista” de dialogar en un intento de desactivar luchas sociales y de que quienes se sienten a dialogar no se salgan de unos determinados patrones: ¿no se marcan así de  nuevo relaciones de poder aunque sea de forma oculta?
        El hecho de que el encargo del educador social provenga justamente de esas esferas públicas, conlleva riesgos como caer en el interés por el CONTROL del espacio público, la implantación de una NORMATIVIDAD sobre las conductas de todo tipo, la difusión de MODELOS ÚNICOS DE VALORES imprimiendo ideales de ciudadanía para unos destinatarios que ni lo saben, ni lo pidieron. Esa obligatoriedad se ejerce desde la autoridad correspondiente, no desde la Educación Social: se puede coincidir en que existen determinadas normas (tómense como convivenciales si se desea) dentro de una sociedad que hay que enseñar y transmitir para que se conozcan y cumplan, ahora bien, obligar a ese cumplimiento implica unas charlas morales, una serie de amenazas demagogas que en ningún caso, responden al perfil de la Educación Social.
        Cumplir con una serie de preceptos básicos, implica más el concepto de convivencia y soportabilidad, es decir, “cada quien a lo suyo” y no tener que llevarse bien con todo el mundo, no tener que querer y apreciar a todo el mundo, porque se puede circular por el espacio público sin implicar a nadie más, y si se implica, que sea de mutuo acuerdo y consenso: jamás usar un espacio público de manera que se deje rastro en ellos, porque son nuestros al usarlos, pero al dejar de usarlos, ya no lo son y para que alguien más se pueda “adueñar” de ellos tal y como nosotros hicimos, deben aparecer en su estado original. La interacción fogosa no implica dejar marcado un lugar p´bulico como así se pretenda vender en múltiples ocasiones, es una forma de uso impulsiva pero no constituye una apropiación indefinida. Igualdad de oportunidades, pasaría a relacionarse en este contexto, con igual de condiciones, de pertenecer al espacio para interaccionar (solo sí se quiere) o, por el contrario, para guardar la indiferencia que es legítima y posible pero siempre teniendo presente que no siempre los límites de la normatividad señalan lo correcto objetivamente y, por supuesto, tampoco iniciar, de manera contraria, una mirada radical que se posiciona en desfavor a la legislación de ordenación territorial. Ambas formas de control (normativa extrema y contra-normativa) constituyen una forma de modelación del espacio público que guardan en su interior la perversión del interés y la primacía que acaban sobrepasando los límites de inmiscuirse en la libertad de resto, entendiendo libertad como un concepto  simple y de sentido popular puesto que puede albergar una amplia definición casi indescriptible con el lenguaje escrito.
        Por tanto, elegir, actuar y decidir son ámbitos demasiado privados de un individuo como para tratarlo desde la Educación Social, no obstante, el aprendizaje y la enseñanza de la teoría, el conocimiento de los medios, y el ofrecimiento y muestra del abanicos de posibilidades existentes sí atañe a la Educación Social, de manera que como valor último: cumplir la norma no implique NO cuestionarla.

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