domingo, 18 de marzo de 2012

¿Qué sentido tiene cualquier palabra por sí sola?

Probablemente ninguno…
Una palabra se configura como concepto a partir de palabras que tratan de describirla, razonarla, etc. sin embargo, cuando comparamos a tal concepto con su opuesto o con cualquier otro concepto que consideramos sinónimo de este primero, es cuando nos damos cuenta que su sentido en tanto que concepto sólo es capaz porque existen el resto de términos que la complementan, que la enfrentan, etc. pero si encontráramos una palabra sola, sin antagónicos ni sinónimos, quizá no seriamos capaces de otorgarle un significado, medianamente, preciso o racional.
El ejemplo de la palabra aislada no es de gran utilidad para comprobar, efectivamente, el rol del lenguaje que empleamos, un lenguaje que probablemente muy pocos individuos cuestionan, un lenguaje que explica a vez que no explica, es decir, un lenguaje constituido por esas palabras a las que no somos capaces de otorgarles un sentido tal como para elaborar una definición precisa y objetiva de las mismas.
       En un primer momento el lenguaje se vuelve excluyente, entendiendo este término a partir de su significado etimológico, como un lenguaje que “encierra hacia afuera”. Afirmamos el potencial excluyente del lenguaje puesto que no hay más que mirar en nuestras propias palabras para darnos cuenta que tendemos a separar dicotómicamente la realidad que explicamos, sea cual sea y como sea esa realidad, un lenguaje donde predominan monosílabos tales como “yo” y “tú”, monosílabos a partir de los cuales explicamos reacciones, percepciones, opiniones, etc. sin pararnos a pensar en quien es yo y en quien es tú, sin ser capaces de definir tales términos que usamos con tanta fluidez, sin poder, por suerte o desgracia, prescindir de ellos.
La segunda cuestión en torno al lenguaje deriva de este primero apartado. Probablemente, si alguien nos respondiese acerca de quién es yo, sus palabras cosificarían y encajonarían tal monosílabo o, en el mejor de los casos, argumentaría que “yo” es una forma de ordenar el complejo mundo lleno de palabras, sin embargo, ¿esta ordenación se ajusta a la realidad?
El tercer apartado que dedicamos al lenguaje nos propone una confrontación entre “el lenguaje del pensamiento” y el “lenguaje automático”. La primera idea podríamos decir que se refiere a un lenguaje con el que realizamos el dificultoso ejercicio de analizar y sintetizar ideas a un nivel que pueda aportarnos respuestas a las preguntas que nos formulamos o, por el contrario, que nos permita abrirnos más preguntas a las que buscaremos de forma imperiosa una respuesta que quizá nunca encontremos. En todo caso, se trata de un lenguaje que nos posibilita construir un pequeño legado de conocimientos a partir de lo ya escrito, un lenguaje que no nos deja caer en la inmediatez de las palabras que lo dicen todo y, al mismo tiempo, no dicen nada.
El lenguaje automático no necesita ninguna explicación, porque todos los individuos lo entienden, o mejor dicho, todos los sujetos lo sobreentienden. Este tipo de lenguaje juega en la obviedad y el sobreentendimiento, habla de palabras que no tienen cosa, (García Molina, 2007) aquellas palabras que lo dicen todo y no dicen nada, palabras que, en teoría, entendemos pero que cuando se nos pregunta por su significado se nos apagan las luces y no sabemos contestar, palabras que, como afirmábamos en un principio, se encuentran aisladas, sin antagónicos que conozcamos, sin sinónimos que podamos adjudicarles, palabras que son del orden de los planes humanos.
Hemos señalado dos puntos clave en este pequeño apartado: la dicotomía del lenguaje y el sobreentendimiento. Por un lado, la dicotomía únicamente nos lleva a saber explicar aquellos términos que son comparables con sus antagónicos o sinónimos, lo que a su vez causa la función excluyente del lenguaje.
Por otra parte, el sobreentendimiento juega a partir de la dicotomía puesto que al no tener ese potencial de comparación no sabemos explicar el significado de tal término sobreentendido, otorgándole así cada individuo una imagen a tal concepto diferente, individual, personal y seguramente poco fundamentada. Si lo analizamos así, es un caos el lenguaje de la obviedad puesto que cada individuo con su individualidad pronuncia conceptos sobreentendidos y del mismo modo, cada individuo con su individualidad interpreta tal concepto a su manera. Por tanto, ¿qué sentido adquieren nuestras explicaciones acerca de hechos, situaciones o cualquier otra circunstancia donde juegan las palabras de la obviedad?
Las palabras sobreentendidas, como ya hemos mencionado, son fruto de los planes del ser humano, un fruto abstracto, difuso y es en este término cuando el lenguaje del pensamiento comienza a preguntarse por el significado de tales conceptos y cuando, cada individuo responde a las mismas preguntas de forma diferente, al menos realizan la tarea de responderlas, al menos se formulan preguntas y las abordan, al menos nos emplean la individualidad sino que buscan en muchos lugares para lograr obtener una simple respuesta, para posiblemente llegar a un consenso y una explicación. Sin embargo, las diferentes respuestas acerca de estas palabras se deben en parte a la individualidad y en parte a la difusión de las mismas, puesto que un análisis de tales conceptos si nos conduce a un camino espinoso del que extraemos alguna imagen concreta, un camino largo que cada individuo recorre de diferente forma para llegar a algo concreto, pero la sorpresa de los productos que obtienen estos individuos es que ninguno es tan objetivo como para decir: esto es lo correcto.
En el lenguaje de lo sobreentendido está la importancia de nuestro trabajo, pretendemos elaborar un diccionario donde se recojan alguno de estos términos que ocasionan la duda en lo referente a su definición. Sin embargo, señalamos de antemano que si el lector toma nuestro diccionario sus dudas no se despejaran puesto que no poseemos la verdad absoluta acerca de la definición de los términos que abordamos, pero al menos esperamos ser una referencia en la búsqueda de respuestas a las infinitas y complejas preguntas que se plantea el lector.

FDO: Elisabet Rueda Lopes

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