Probablemente ninguno…
Una palabra se configura como concepto
a partir de palabras que tratan de describirla, razonarla, etc. sin embargo,
cuando comparamos a tal concepto con su opuesto o con cualquier otro concepto
que consideramos sinónimo de este primero, es cuando nos damos cuenta que su
sentido en tanto que concepto sólo es capaz porque existen el resto de términos
que la complementan, que la enfrentan, etc. pero si encontráramos una palabra
sola, sin antagónicos ni sinónimos, quizá no seriamos capaces de otorgarle un
significado, medianamente, preciso o racional.
El ejemplo de la palabra aislada no
es de gran utilidad para comprobar, efectivamente, el rol del lenguaje que
empleamos, un lenguaje que probablemente muy pocos individuos cuestionan, un
lenguaje que explica a vez que no explica, es decir, un lenguaje constituido
por esas palabras a las que no somos capaces de otorgarles un sentido tal como
para elaborar una definición precisa y objetiva de las mismas.
En un primer momento el lenguaje se
vuelve excluyente, entendiendo este término a partir de su significado
etimológico, como un lenguaje que “encierra hacia afuera”. Afirmamos el
potencial excluyente del lenguaje puesto que no hay más que mirar en nuestras
propias palabras para darnos cuenta que tendemos a separar dicotómicamente la
realidad que explicamos, sea cual sea y como sea esa realidad, un lenguaje
donde predominan monosílabos tales como “yo” y “tú”, monosílabos a partir de
los cuales explicamos reacciones, percepciones, opiniones, etc. sin pararnos a
pensar en quien es yo y en quien es tú, sin ser capaces de definir tales
términos que usamos con tanta fluidez, sin poder, por suerte o desgracia,
prescindir de ellos.
La segunda cuestión en torno al
lenguaje deriva de este primero apartado. Probablemente, si alguien nos
respondiese acerca de quién es yo, sus palabras cosificarían y encajonarían tal
monosílabo o, en el mejor de los casos, argumentaría que “yo” es una forma de
ordenar el complejo mundo lleno de palabras, sin embargo, ¿esta ordenación se
ajusta a la realidad?
El tercer apartado que dedicamos al
lenguaje nos propone una confrontación entre “el lenguaje del pensamiento” y el
“lenguaje automático”. La primera idea podríamos decir que se refiere a un
lenguaje con el que realizamos el dificultoso ejercicio de analizar y
sintetizar ideas a un nivel que pueda aportarnos respuestas a las preguntas que
nos formulamos o, por el contrario, que nos permita abrirnos más preguntas a
las que buscaremos de forma imperiosa una respuesta que quizá nunca
encontremos. En todo caso, se trata de un lenguaje que nos posibilita construir
un pequeño legado de conocimientos a partir de lo ya escrito, un lenguaje que
no nos deja caer en la inmediatez de las palabras que lo dicen todo y, al mismo
tiempo, no dicen nada.
El lenguaje automático no necesita ninguna
explicación, porque todos los individuos lo entienden, o mejor dicho, todos los
sujetos lo sobreentienden. Este tipo de lenguaje juega en la obviedad y el
sobreentendimiento, habla de palabras que no tienen cosa, (García
Molina, 2007) aquellas palabras que lo dicen todo y no dicen nada, palabras
que, en teoría, entendemos pero que cuando se nos pregunta por su significado
se nos apagan las luces y no sabemos contestar, palabras que, como afirmábamos
en un principio, se encuentran aisladas, sin antagónicos que conozcamos, sin
sinónimos que podamos adjudicarles, palabras que son del orden de los planes
humanos.
Hemos señalado dos puntos clave en
este pequeño apartado: la dicotomía del lenguaje y el sobreentendimiento. Por
un lado, la dicotomía únicamente nos lleva a saber explicar aquellos términos
que son comparables con sus antagónicos o sinónimos, lo que a su vez causa la
función excluyente del lenguaje.
Por otra parte, el sobreentendimiento
juega a partir de la dicotomía puesto que al no tener ese potencial de
comparación no sabemos explicar el significado de tal término sobreentendido,
otorgándole así cada individuo una imagen a tal concepto diferente, individual,
personal y seguramente poco fundamentada. Si lo analizamos así, es un caos el
lenguaje de la obviedad puesto que cada individuo con su individualidad
pronuncia conceptos sobreentendidos y del mismo modo, cada individuo con su
individualidad interpreta tal concepto a su manera. Por tanto, ¿qué sentido
adquieren nuestras explicaciones acerca de hechos, situaciones o cualquier otra
circunstancia donde juegan las palabras de la obviedad?
Las palabras sobreentendidas, como ya
hemos mencionado, son fruto de los planes del ser humano, un fruto abstracto,
difuso y es en este término cuando el lenguaje del pensamiento comienza a
preguntarse por el significado de tales conceptos y cuando, cada individuo responde
a las mismas preguntas de forma diferente, al menos realizan la tarea de
responderlas, al menos se formulan preguntas y las abordan, al menos nos
emplean la individualidad sino que buscan en muchos lugares para lograr obtener
una simple respuesta, para posiblemente llegar a un consenso y una explicación.
Sin embargo, las diferentes respuestas acerca de estas palabras se deben en
parte a la individualidad y en parte a la difusión de las mismas, puesto que un
análisis de tales conceptos si nos conduce a un camino espinoso del que
extraemos alguna imagen concreta, un camino largo que cada individuo recorre de
diferente forma para llegar a algo concreto, pero la sorpresa de los productos
que obtienen estos individuos es que ninguno es tan objetivo como para decir:
esto es lo correcto.
En el lenguaje de lo sobreentendido
está la importancia de nuestro trabajo, pretendemos elaborar un diccionario
donde se recojan alguno de estos términos que ocasionan la duda en lo referente
a su definición. Sin embargo, señalamos de antemano que si el lector toma
nuestro diccionario sus dudas no se despejaran puesto que no poseemos la verdad
absoluta acerca de la definición de los términos que abordamos, pero al menos
esperamos ser una referencia en la búsqueda de respuestas a las infinitas y
complejas preguntas que se plantea el lector.

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